
Todo esto viene a colación, por la enorme cantidad de documentos falsos que se están encontrando los investigadores dedicados a la Historia, lo que conlleva a que, de no ser cuidadosos, estamos expuestos a interpretar ciertos hechos de forma absolutamente errónea. De esto saben mucho, unos que yo me sé.
En la baja Edad Media, tener un documento en el que se afirmaba tal o cual cuestión, era tener ganada la posición. Si un monasterio, por ejemplo, presentaba ante los jueces, un pergamino antiguo, firmado por el rey y otros señores de la época, en el que se reconocía una determinada exención de impuestos, o la posesión de unos campos, un molino, una casa, una iglesia o lo que fuera, era garantía de que el juez que juzgase la causa, fallase a favor del monasterio o del presentador del tal documento. Claro esta, que podía darse el caso de que la otra parte presentase otros documentos, igualmente antiguos que dijeran precisamente lo contrario. El juez ya no sabía a quien hacer caso, por lo que solicitaba mas información y los juicios se alargaban décadas.
Hoy día, se tienen conocimientos suficientes para detectar la falsificación y como consecuencia de esto, se han declarados falsos algunos documentos que hasta hace muy pocos años, se creían auténticos. La metodología es muy importante para analizar la falsificación. Hay varios aspectos que se analizan exhaustivamente:
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El tipo de letra utilizado, debe coincidir con la que se utilizaba en la fecha del documento,.
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Los personajes que aparecen como testigos deben ser coetáneos entre ellos en la fecha de los actos reflejados en él,
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Las fórmulas de encabezamiento, la estructura y el propio léxico utilizado, comparados con otros de la época y/o del mismo escribano.
En definitiva, el objetivo de las falsificaciones era la apropiarse indebidamente de prebendas, honores y tierras ajenas. Téngase en cuenta que en aquellas épocas, muy pocas personas sabían leer y escribir, y mucho menos expresarse en latín, lo que deja a muy pocas personas como sospechosas de falsificación, unas veces a propia instancia, y en ocasiones a instancias de los grandes señores.
Al igual que hoy, por un precio se podía conseguir lo que se quisiera.